El Buscador·Miércoles, 8 de marzo de 2017
Arte y cultura, p. 15 | Ed. 1
Al formato de papel lo han matado muchas veces: Primero, con la llegada de la radio; después con la de la televisión y ahora, con las redes sociales. A los tres medios ha resistido.
A raíz de la masificación de internet, los especialistas en comercio y publicidad anunciaron la muerte del libro de papel. Es tanto el tiempo que las personas pasan en la red, así como el sinnúmero de textos en formato digital y plataformas narrativas multimediales que, en 2013, se reportó un incremento del 20% en la compra de e-books y se anunció que hacia 2015 esa cifra llegaría al 50%. Nada más lejos de la realidad. Hoy por hoy hemos asistido a un fortalecimiento de las editoriales grandes y a una diversificación de las independientes, pues a medida que hay lectores interesados en una materia en particular surgen ofertas especializadas.
Frente a la incursión de la tecnología en la vida cotidiana, muchos editores han optado por hacer del libro un objeto estético para su consumo: una obra que valga la pena conservar, no solo por la calidad de su contenido sino porque es bella físicamente. El diseño y la ilustración se han posicionado en el mercado editorial para satisfacer las necesidades de adultos, niños, jóvenes y, en general, de todo aquel que viva la lectura como un encuentro consigo mismo; un momento para apartarse del habitual ruido al que estamos expuestos y en el que se utilizan tres sentidos más, aparte de la vista: el tacto, el olfato y el oído con cada pasar de página.
Sobre las experiencias que nos brindan los libros, Fredy Ordóñez, fundador de la editorial bogotana independiente Milserifas dice: “Sin duda internet ha transformado y seguirá transformando nuestras maneras de leer. Y es que son soportes para lecturas distintas: En Internet uno busca información, consulta datos, lee fragmentariamente; en cambio, un libro permite el aislamiento, invita a lecturas más largas, más profundas y, de algún modo, promueve ese inusual placer de perderse en uno mismo. Las personas siempre querrán un libro en papel y, de algún modo, «tocar y oler» las palabras. (…) El acto de sostener un libro, leerlo y apreciarlo como un todo, puede resultar muy placentero. En mi caso, tratar de crear ese placer resulta gratificante”.
Ahora bien, estos dos formatos no tienen por qué ser antagónicos. Hemos visto cómo la intertextualidad (relación que un texto tiene con otros) permite disfrutar las historias en diversos medios, complejizándolas y completándolas. Por ejemplo, hay libros que vienen con soundtrack para recrear las escenas que narran, o también son muy conocidas aquellas obras de la cultura pop que, además de libros, cuentan con cómics, películas, series y videojuegos.
Siguiendo con el impacto que tiene internet en la forma como se lee, Ordóñez continúa: “Somos unos lectores más impacientes, más exigentes. Y además procesamos la información de una manera distinta, para bien y para mal, supongo. Creo que es un cambio que aún estamos asimilando y es tan reciente que aún no sabemos cuáles son las consecuencias. Basta caer en cuenta que aún se mezclan dos generaciones: una que prácticamente nunca utilizó internet y la de los llamados nativos digitales”.
Lo mismo sucede con los periódicos. Si bien es cierto que muchos han migrado al formato digital y que es más fácil enterarse de una noticia por un tuit que por un medio tradicional, también lo es que esas noticias que aparecen en las redes sociales, respondiendo a la teoría de la “cámara de eco”, obedecen a nuestro perfil: aparecen según los ‘me gusta’ que le hemos dado a empresas, actividades y demás. En ese sentido, lo que leemos no nos incomoda ni nos cuestiona. Está ahí para hacernos sonreír y capturarnos durante varias horas frente a la pantalla. Los libros y periódicos de papel, en cambio, son más amigos del azar y lejanos del logaritmo. En varias ocasiones llegan a nuestras manos sin que los estemos buscando. Solo abriendo sus páginas y atreviéndonos a profundizar, sabremos si son para nosotros o no.